Hoy mi hijo ha arbitrado un partido en el que no sólo ha recibido insultos (cosa que va en el ‘cargo’) sino que ante un penalti pitado el entrenador de ese equipo ha hecho o dicho algo que a criterio del árbitro merecía una roja, que ha sacado. En ese momento el entrenador de unos 40 años ha cogido al árbitro del brazo impidiéndole seguir durante unos segundos con el partido. Momento y proximidad que ha aprovechado para informar al árbitro que en algún momento tendría que abandonar el campo (y no, al parecer, no era una amenaza). El partido ha seguido, pero a partir de ese momento las increpaciones al árbitro han ido en aumento. Y también la imaginación verbalizada por algunas personas del público sobre cómo lesionar a una persona.
Yo, que siempre me he considerado una madre de esas que son acusadas de exageradas, he optado por informarme sobre los posibles riesgos reales de esta situación. Estábamos a sólo 5 minutos del final del partido. El de casa estaba perdiendo y debido a ese penalti era difícil que pudiera remontar. También esos 5 minutos no daban mucho margen para que se calmaran los ánimos en las gradas. Yo temblaba, literal. Me informa el padre del árbitro que no me preocupe, que estas cosas son normales y que una vez termina el partido el árbitro se mete en su vestuario y las cosas se calman. Ojalá, he pensado. Pero que si tengo dudas que llame a la policía que se personará.
Subo a las gradas de nuevo al tiempo que se pita el final del partido. EL árbitro pide las llaves pero el delegado que estaba expulsado, no las facilita. Durante lo que parece una eternidad el árbitro espera que alguien le facilite esa llave, mientras el público se aproxima al campo y siguen insultos, amenazas e increpaciones. Yo miro desde la grada sin saber qué hacer. La violencia siempre me ha paralizado, lamentablemente.
AL parecer el delegado le invita a bajar al pasillo acompañándolo de cerca. Bajo gradas y me dirijo al otro lado del pasillo de personal técnico. Oigo gritos, pero no oigo a mi hijo. Respeto el cartel que anuncia que sólo puede acceder allí personal autorizado. Delante mío cuatro jóvenes de la afición entran ligeros. Les sigo. Veo el vestuario del árbitro y dentro al delegado junto con mi hijo y otra persona. El delegado grita a mi hijo. El árbitro me ve y me hace un gesto de que no pasa nada, que tranquila. Confío en él y me retiro hacia afuera, aunque los aficionados siguen ahí. Son fracciones de segundo, pero parece que todo va a cámara lenta. Dudo si tengo que llamar o no a la policía. El miedo me aturde. Miro hacia atrás y veo que alguien sensato ha echado a todo el mundo y ha cerrado la puerta de acceso a la zona restringida.
Espero sin saber qué hacer ni a quien llamar. Por mi cabeza pasan los ‘hombres’ que podrían decirme si estoy siendo una madre histérica o no y que además podrían tomar una decisión al respecto, además de tranquilizarme. En eso que sale el entrenador del equipo contrario. Me dirijo a él y le pregunto cómo van las cosas por allí dentro. Calla. Me presento como la madre del árbitro. Mirada de compasión. Le digo que no sé si llamar a los mossos o no y me dice que él lo haría. Avisa a los padres de su equipo y les pide que se acerquen al túnel de vestuarios para ‘custodiar’ al delegado de su equipo que ha sido amenazado. Además les dice que soy la madre del árbitro y que me arropen. Pide también soporte para cuando salga mi hijo. Las madres me arropan, en seguida entienden ese miedo y esa protección que sólo una madre muestra (yo creo que los padres tienden a disimularlo más, pero no busco confrontaciones). Decido llamar a los mossos. Se presentan al cabo de unos minutos tres patrullas. Me aparto del grupo de padres y me dirijo hacia ellos. Ahora ya sabe el equipo local quien ha sido la que ha llamado a los mossos. Por supuesto eso merece como mínimo una amenaza a mi persona. Informo a mossos, que al parecer suelen intervenir en este campo, de lo que ha pasado. Escribo a mi hijo, al que he tenido informado vía ws de mis pasos de que ya están aquí. Lo cierto es que él no tiene miedo ni cree que haya una agresión física al salir. Yo tengo dudas…y sobretodo mucho miedo.
Me retiro hacia la moto para estar lista en cuanto salga y un aficionado local se dirige a mí y me aconseja que tenga una pareja de la policía a mi lado mientras esté por allí, porque existe la posibilidad de que no salga entera. Me sorprende la facilidad con la que la gente amenaza a menos de un metro de distancia. Vuelvo a buscar el apoyo de la única mujer policía. Tiemblo. No me gusta el fútbol, ni la violencia que se genera. No me gusta que el árbitro sea siempre el malo de la película, aunque lo entiendo. Al rato sale el árbitro acompañado de una pareja de mossos que nos acompañan a la moto y esperan hasta que salimos.
Creo que deberíamos aprender a gestionar la rabia, el enfado, la agresividad (de tenerla) de manera que no sea necesario que otros sientan miedo. La vida debería tener otro tipo de emociones…I think…Pero yo sólo soy una madre exagerada…